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3 nov 2011
Excepcionalmente ordinaria
Dos palabras de un script cinematográfico que han venido atropellándose a mi mente con póstuma frecuencia. Poco a poco los días vuelven a ser ordinarios. Dejo de ver la pantalla de mi celular, de esperar que msn abra una ventana extra al yo llegar. Ya no dejo todo lo que estoy haciendo cuando mis padres contestan el teléfono en la salita de la casa; desinteresadamente los dejo seguir su conversación. Una vez más he vuelto a instalame en mi asiento habitual, en el sillón de siempre.
Es curioso que cuanto más te aferras a algo, más parece que tu cuerpo, tu mente y tu vida se acostumbran a que no está. Debe ser alguna suerte de mecanismo con la que el organismo se protege. Nos alistamos para vivir sin eso que no deseamos dejar. No es usual que se nos anuncie la pérdida con tanta antelación como para poder prepararnos de tal modo. Sin embargo cuando sucede poco a poco nos armamos hasta que estamos listos. En éstas circunstancias, estar listo significa que somos extremadamente capaces y estamos súmamente reacios a desprendernos de algo que amamos que forme parte de nuestras vidas.
Es grande el dolor; tanto así que solo quisieras abrir la boca y gritar a todo pulmón ¡que se acabe! ¡Ya no más! Pero, ¿qué pasa si el dolor es lo último que te mantiene unido a esa parte de tí que se está esfumando? Perder una parte del ser, en especial una que tánto sosiego y seguridad daba a tu corazón, no es cosa fácil. Eventualmente, un buen día de otoño te sorprenderás a tí mismo recordando, pero ya sin dolor. Te odiarás un poco por ello, pero a pesar de todo terminas por darte cuenta de que has logrado sobrevivir, y que eres feliz aunque con ciertas reservas. Después de todo, según C.S. Lewis, "la experiencia es una dura institutriz, pero es claro que con ella se aprende".
No olvido ese deseo que tenía yo hace tiempo. A fin de cuentas, amor mío, parece que sí soy tu café, y que con cada doloroso y ardiente sorbo deseas con más desesperación que se acabe por fin. Dejo tus labios calcinados, tu lengua escaldada y tu paladar achicharrado, y los contados gránulos de azúcar que me quedan parece que ya no los puedes ni registrar. Solamente sientes el sabor de un mar de lágrimas que no hacen nada más que terminar de arruinar el sabor del marrón líquido, buscando torpemente endulzarlo con sal. Igual que cualquier otra adicción he llegado al punto de causar estragos en tus mañanas y un verdadero pandemónium en tus noches.
Tal vez es demasiada amargura. No hallo leche, jarabe ni crema que mitigue el dolor de tu paso por mi lengua. ¡Sólo de pensar que ése sabor que hoy me atormenta, antaño fue el motivo mismo de mis más dulces delirios! No dejo de pensar que más pronto de lo que pensé, correrás por entre mis dedos, escapándote, y quedarán solamente tu aroma, un regusto amargo, y un profúndo suspiro de satisfacción y de dolor.
Ya sabía que terminaría, No sabía cómo, pero me ha pasado antes. No me queda más que, triste e impotente, ver venir hacia mí la sombra del final. Una vez más mi mirada, tu sombra, tu recuerdo, y en mi mano una taza de café. Yo volveré a ser yo. Poco a poco me convierto en mí misma otra vez. Mientras tanto, dolorosa y suculenta, mi perdición sabe a las últimas gotas de café. Amargas y a veces terrosas, con los escasos gramos de azúcar que valientes y temerarios pretenden endulzar semejante acre. Ese beso que otra vez me eleva al cielo, la mirada ardiente, la caricia furtiva, esa sonrisa que a veces te arranco y que sabe a robada.
Una última cosa te pido, aunque sé que es pedir más de lo que merezco y que ya he arruinado más oportunidades de las que nadie debería tener contigo. ¿Recuerdas esa película, la primera que nunca terminamos de ver? "Por favor prométeme que de vez en cuando me dedicarás un pensamiento tuyo solamente a mí".
Etiquetas:
Reflexiones de la vida,
Sentimientos de la verdad
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