Desde tiempos remotos el hombre ha desempeñado con singular alegría el papel de juez supremo. Es verdad que el juicio constante de actos, actitudes e ideologías forma parte importante, básica e indispensable en la vida cotidiana de nuestros congéneres. Sin embargo, ante todo se debe recordar que cada individuo posee fundamentos, ideas, costumbres y otros elementos integrantes de su psique personal que dividen lo que es “correcto” de lo que no. El litigio universal de los acontecimientos, por ende, es una materia tremendamente complicada que supone el juego de millones de factores y variables, originando casos inigualables, irrepetibles y cada vez más complejos. No es de extrañar, entonces, que el estudio de esta ciencia humana y otras afines sea verdaderamente subjetiva, si partimos inicialmente desde el hecho de que objetivamente hablando, la misma verdad es subjetiva. Incluso la objetividad lo es en cierto modo. No existe una sola persona en el mundo capaz de mirar objetivamente y desde todos los ángulos posibles a un fenómeno -sea este meteorológico, físico o humano- y que pueda con base a esto, y únicamente a esto, presentar un veredicto concluyente y universal en cuanto a la situación a analizar. Conocimientos a priori y a posteriori se conjugan dentro de la realidad de cada individuo para definir la moralidad o inmoralidad -o inclusive el grado de estas últimas- de cada suceso y reacción humana, por lo que fijar límites entre lo que es o no ético o moral resulta más complicado cuanto más se trata de establecer fronteras entre ellos.
El conjunto de estas costumbres, de estos conocimientos intrínsecos, de los hábitos que existen detrás de los hechos humanos es el campo de estudio de la Ética grosso modo. El código que rige a los seres éticos, la moral, es como la Constitución, como la Biblia Sagrada o el Corán. Como el Bailey&Bailey de la Química, el compendio de valores, principios, reglas y normas establecidas por aquellos cuyas mentes fueron lo suficientemente cerradas para considerarse jueces supremos de profesión, y que también fueron suficientemente abiertas como para prever el auge de las malas conductas presentes en la humanidad. Conductas negativas que además de ser evaluadas subjetivamente han sido creadas por la mismísima psique humana colectiva que hoy las condena. ¿Cómo cantar a la par de una música que está mal? ¿Cómo estructurar un teorema si la hipótesis nos ha salido errónea? ¿Cómo intentar erradicar un problema si nuestra conducta diaria, e incluso el intento de su exorcismo, dan pauta para que el dilema surja en primer lugar? Una “mala ética”, o negativa interacción con el código moral, ¿es originado entonces por “una mala relación con el código”, o por la subjetividad del mismo? Y entonces, ¿estamos realmente en condición de juzgar con base en un código mermado, fuera de balance, que no perdona? La agonía de dar respuesta a estas interrogantes ancestrales y eternas la dejo a consideración no solo de expertos en la materia, sino también de aquellos que interactuamos día con día con el código.
Y por último, ¿es aceptable entonces que nuestro código sea inflexible? Si es así, ¿es imperioso que se penalice de igual manera a sus infractores, aún cuando la penalización transgreda las sagradas bases del código? Ejemplos de ello, la Santa Inquisición y la conspiración Nacionalsocialista (Nazi). Y si no lo es, ¿quién regirá el grado de elasticidad y resistencia de las barreras del códice?
¿Cómo reputar, entonces, la moralidad de los comportamientos? ¿Cómo establecer el límite universal entre lo moralmente correcto y lo que no lo es? Además debemos recordar que fuera de las normas que la sociedad acoge, está nuestra propia moral. ¿A cuál debemos responder? Habría que desatender a una. De no ser así, ¿Cómo se llega a un balance entre lo que es y no es moral, lo que es y no es ético, tanto para nosotros como para el mundo?
Si el mundo entero salvo nosotros mismos nos declara inocentes, ¿somos en verdad libres de toda culpa, o seguiremos aprisionados por ella?
El conjunto de estas costumbres, de estos conocimientos intrínsecos, de los hábitos que existen detrás de los hechos humanos es el campo de estudio de la Ética grosso modo. El código que rige a los seres éticos, la moral, es como la Constitución, como la Biblia Sagrada o el Corán. Como el Bailey&Bailey de la Química, el compendio de valores, principios, reglas y normas establecidas por aquellos cuyas mentes fueron lo suficientemente cerradas para considerarse jueces supremos de profesión, y que también fueron suficientemente abiertas como para prever el auge de las malas conductas presentes en la humanidad. Conductas negativas que además de ser evaluadas subjetivamente han sido creadas por la mismísima psique humana colectiva que hoy las condena. ¿Cómo cantar a la par de una música que está mal? ¿Cómo estructurar un teorema si la hipótesis nos ha salido errónea? ¿Cómo intentar erradicar un problema si nuestra conducta diaria, e incluso el intento de su exorcismo, dan pauta para que el dilema surja en primer lugar? Una “mala ética”, o negativa interacción con el código moral, ¿es originado entonces por “una mala relación con el código”, o por la subjetividad del mismo? Y entonces, ¿estamos realmente en condición de juzgar con base en un código mermado, fuera de balance, que no perdona? La agonía de dar respuesta a estas interrogantes ancestrales y eternas la dejo a consideración no solo de expertos en la materia, sino también de aquellos que interactuamos día con día con el código.
Y por último, ¿es aceptable entonces que nuestro código sea inflexible? Si es así, ¿es imperioso que se penalice de igual manera a sus infractores, aún cuando la penalización transgreda las sagradas bases del código? Ejemplos de ello, la Santa Inquisición y la conspiración Nacionalsocialista (Nazi). Y si no lo es, ¿quién regirá el grado de elasticidad y resistencia de las barreras del códice?
¿Cómo reputar, entonces, la moralidad de los comportamientos? ¿Cómo establecer el límite universal entre lo moralmente correcto y lo que no lo es? Además debemos recordar que fuera de las normas que la sociedad acoge, está nuestra propia moral. ¿A cuál debemos responder? Habría que desatender a una. De no ser así, ¿Cómo se llega a un balance entre lo que es y no es moral, lo que es y no es ético, tanto para nosotros como para el mundo?
Si el mundo entero salvo nosotros mismos nos declara inocentes, ¿somos en verdad libres de toda culpa, o seguiremos aprisionados por ella?
1 comentario:
Once again antother well written and logically thought out piece of writing. The inclusion of both of your examples was nicely done. And your argument as a whole was quite intellectual and a good read.
Keep up the good work my love.
That Strange Aussie fellow.
<3
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