Miro las nubes y pienso en tí, y los mares se detienen y los vientos ya no soplan. Los árboles no se mueven y solo existen en este mundo mi mirada, tu sombra, tu recuerdo y la mano mía que sostiene mi taza de café.
Sé bien en qué termina. Reconozco éste momento, ya lo he vivido antes. Sé bien que cuando se acabe, cuando ya no quede más café, tú recuerdo se prerderá una vez más, fundido con el viento, y yo volveré a ser yo, yo volveré a mí. Pero como cada vez, aunque el café se acabe dejará el regusto amargo pero delicioso de su paso por mi boca, como el sabor sublime de tu voz junto a mi oído, de tus labios con los míos.
Quisiera ser tu café, que con cada sorbo se te acaba y aún así aunque se vaya no te dejará jamás. Quiero ser ese sabor que ronda tus labios; quiero ser ese dolor que sientes cuando la lengua se te quema por mi paso. Quiero ser esa fuerte, tierna adicción que te hace necesitarme por las mañanas para despertarte y por las noches para relajarte.
Mi café lo tomo siempre solo. No necesita ni azúcar ni leche, ni crema ni aditivo. Simplemente así, solo y caliente, tanto que me queme, para disfrutar de cómo te vas enfriando poco a poco en mi mente. Mi mente, que humea como humea una chimenea. Como el vapor ardiente de mi taza de café caliente. Poco a poco se scapan tus recuerdos y ya casi no queda nada, más que el sabor amargo y delicioso de tu adios.
Ya no queda más café en la taza. Ya mi boca a desistido de su loco deseo de mantener en ella el sabor de su paso. Porque como todo tiene que acabarse, la noche le da paso al día. Ya se mueven las nubes. Ya se siente la brisa. Los árboles se menean y el tránsito de las calles espesa. Y yo vuelvo a ser yo, y mi mente vuelve a mi. Y tu recuerdo no es más que una gota de café que en el fondo queda de una taza que no quiere ceder a mi boca la última gota de su delicioso café.
Sé bien en qué termina. Reconozco éste momento, ya lo he vivido antes. Sé bien que cuando se acabe, cuando ya no quede más café, tú recuerdo se prerderá una vez más, fundido con el viento, y yo volveré a ser yo, yo volveré a mí. Pero como cada vez, aunque el café se acabe dejará el regusto amargo pero delicioso de su paso por mi boca, como el sabor sublime de tu voz junto a mi oído, de tus labios con los míos.
Quisiera ser tu café, que con cada sorbo se te acaba y aún así aunque se vaya no te dejará jamás. Quiero ser ese sabor que ronda tus labios; quiero ser ese dolor que sientes cuando la lengua se te quema por mi paso. Quiero ser esa fuerte, tierna adicción que te hace necesitarme por las mañanas para despertarte y por las noches para relajarte.
Mi café lo tomo siempre solo. No necesita ni azúcar ni leche, ni crema ni aditivo. Simplemente así, solo y caliente, tanto que me queme, para disfrutar de cómo te vas enfriando poco a poco en mi mente. Mi mente, que humea como humea una chimenea. Como el vapor ardiente de mi taza de café caliente. Poco a poco se scapan tus recuerdos y ya casi no queda nada, más que el sabor amargo y delicioso de tu adios.
Ya no queda más café en la taza. Ya mi boca a desistido de su loco deseo de mantener en ella el sabor de su paso. Porque como todo tiene que acabarse, la noche le da paso al día. Ya se mueven las nubes. Ya se siente la brisa. Los árboles se menean y el tránsito de las calles espesa. Y yo vuelvo a ser yo, y mi mente vuelve a mi. Y tu recuerdo no es más que una gota de café que en el fondo queda de una taza que no quiere ceder a mi boca la última gota de su delicioso café.
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