25 dic 2010

Querido Santa Claus

ueridoQuerido Santa Claus:
by María Aurora Villanueva on Saturday, 25 December 2010 at 09:38

¡Ja! Si no mal recuerdo, ésta es la primera carta que te escribo. No te puedes quejar; de niña tu competencia de enero… digamos que tenían más idea que tú acerca de lo que nos regalaban, sin contar el hecho de que no había que esperar hasta las tantas de la noche para entrarle con singular alegría a desgarrar las envolturas y abrir las múltiples cajas. Afrontémoslo, todos los niños que celebramos Navidad en más de una ocasión elevamos los ojos al cielo, y con nuestro entonces escaso botín de palabrotas te reclamamos porque otra vez se te ocurrió traernos calcetines, bufandas, suéteres; en general, ropa. Cabe destacar que a medida que nos hacemos grandes nos va gustando más la idea, pero para entonces no te escribimos “cartita”, a lo más una lista a repartir, o si la persona en cuestión es muy nice pondrá su “mesa de regalos”.



Por cierto que seguro te sorprenderá que te escriba ésta carta la mañana de Navidad (siendo además muy temprano aún, tanto que sigo sintiendo el bacalao). No, no es reclamo. Como mencioné antes, eso ya me tocó hacerlo en los años en que osaste llevarle ropa a una mini yo. No, francamente quisiera hacer constar el cambio notorio que han tenido estas fechas a lo largo de los 19 –no muchos- años que las he celebrado con singular alegría.



Cuando pienso en Navidad vienen a mi mente las posadas, las piñatas, toda la familia desentonando una serie de villancicos y que entren los perros gringos. Siempre corriendo el ponche, cada año el bacalao de los abuelos, y no existe en el mundo mundial un nacimiento más espectacular que el que pone mi abuelita Teté en su casita de sololoi.



Cada año la misma historia: Todos a cenar… ¡Auroris se durmió! (Clásico). Ahora los obsequios… ¡abrazo! Y el cantito, “que lo abra, que lo abra, que se lo ponga…”. No faltan las risas, las fotos, los juguetes sin pilas –era de esperarse, siempre ocurría–, un frío de los mil demonios que combatíamos frente a la chimenea de la casa de los abuelos, con un alegre fuego crepitando dentro del hogar y un delicioso ponche calentando manos y corazones, y barriguitas también.



Hoy somos mayores. De vez en cuando no podemos estar todos juntos. Los tíos doctores, los que salen con el otro lado de la familia. Antes me quedaba dormida, y era mi deber repartir cada uno de los obsequios debajo del arbolito. Hoy la historia es distinta, la repartición la hacen los menores, y mientras de chiquita me chocaba que no pusieran tarjetitas con el nombre de remitentes y destinatarios, éste año me tocó incurrir en la falta. Ya no me quedo dormida; mando mensajitos con buenos deseos a mis amigos. El pavo ha entrado al menú navideño de un tiempo acá, y ahora las navidades se celebran en casa de alguna de mis tías. Y sin embargo quedan millones de recuerdos, todos ellos muy hermosos, de celebraciones pasadas, y ésta no es la excepción: Abrazos al por mayor y hasta perder la cuenta. El clásico regalo que no te queda… y rezar porque los primos no tengan ya la peli que les vas a regalar. Las risas no faltan, la alegría se contagia. Por una noche no importa nada más… solo estar con la familia.



Querido Santa, aunque nunca te escribí, gracias por traerme año con año estas bellas alegrías. Bendice por favor a toda mi familia, a todos, también a mi familia extendida, mis amigos que siempre me están acompañando en las buenas y en las no tan buenas. Haz que sin importar su religión o condición, sus tradiciones o costumbres, sientan día con día ese lazo familiar tan fuerte y bello que nos une. Que lo nutran día con día, y que tengan una bella vida.



Tuya,

Aurora

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