5 ago 2009

Capítulo V: La historia

TRES DÍAS ANTES DE LA VERDAD

Paulina se enervó. Una corriente eléctrica le caminó por la espina dorsal y sintió náuseas al leer las últimas tres palabras del correo. Yo... lo... escribí. La cabeza le dio vueltas. Por primera vez desde hacía más de dos años sintió fuerzas. Y también había algo más: Un destello, un instinto que había estado latente desde hacía tanto. Uno que se erguía poderoso y desgarrador desde lo más profundo de su ser.
Vendetta.
Abrió el archivo adjunto en el mensaje, notando un temblor incontrolable en las manos. La misiva tenía un extraño título:
>El Ático<

4 ago 2009

Capítulo IV: En la prisión

La habitación estaba completamente cubierta por lo que podríamosllamar "el arte adolescente". Cientos y cientos de grafiti daban testimonio del torrente de gente que había desfilado por esa misma habitación. Eran de un apagado gris verdoso, el color que usualmente se ve en los pantanos y en las paredes de las escuelas secundarias. La pared más alejada de la estancia lucía la tradicional litera compuesta por dos planchas metálicas y el delgado colchón cubierto de una raída manta. La cama inferior estaba ocupada por una mujer de unos treinta años que escuchaba la historia de su compañera a la luz de la luna.
Sobre la parte superior, tendida cuan larga era, estaba Paulina.
-¿Cuándo te diste cuenta de que había sido tu madre?-, preguntó Cora, evidentemente molesta por el ritmo tan tranquilo con el que la niña recitaba su historia. Estaría por otros quince años ahí encerrada, y además estaría con esta mocosa chillona y malcriada y sus estúpidos problemas de ricachona mal portada. Profirió un suspiro.
No que la chiquilla no tuviera sus razones para irse con calma. Había aprendido discreción en el seno de su familia, y era un talento innato en ella. Proceder con cautela. Se debatía con los detalles que quería compartir de su historia. Había cosas que podía decir, otras que debían ser comprendidas. Y había detalles que jamás debían saberse.
Con la misma calma con la que había inicado su relato, Paulina prosiguió.

3 ago 2009

Capítulo III: El artista

El ordenador descansaba en su lugar habitual.
Era una estancia simple y a la vez elegante. El lugar estaba repleto de libros de diversos tamaños, colores y temas, escritos en todos los idiomas habidos y por haber, apilados todos ellos en cada rincón, formando torres y tapizando las paredes. Mil gatos rondaban por los pasillos del laberinto que formaban los textos a lo largo del diminuto departamento.
Constaba de tres simples habitaciones: un baño, una recámara y el cuarto de estar que hacía las veces de cocina y comedor. Una anciana televisión que añoraba en vano ser encendida descansaba debajo de otra pila de empolvados volúmenes. Solo había tres aparatos electrónicos en funciones en ese lugar, y ninguno de ellos era la vieja caja de imagenes: uno era el ordenador, otro el móvil que solía recorrer las calles de la ciudad en el bosillo derecho delantero de su amo. El tercero, un aparato de sonido con aditamentos para tocar desde acetatos Long Play hasta el inexistente mp3 que solían llevar los jóvenes en estos tiempos. El tiempo y los cambiates estados de ánimo de la persona que vivía aquí habían ocasionado el paso de casi todos los estilos musicales existentes a través de las raídas bocinas.
Parecía la dirección de un universitario, o la de un artista renegado. Realmente era la buhardilla de un tipo cualquiera que gustaba de escribir en su tiempo libre. Con la sola diferencia de que se trataba de un obsesionado psicópata en formación.
Se trataba de un hombre de metro ochenta de estatura, corpulento y de facciones por lo demás comunes. Su mirada era lo único que delataba la clase de persona que era: Unos profundos ojazos negros asomando por debajo de un par de cejas muy pobladas como dos azotadores. Las largas pestañas como cepillos se ceñían a lo largo de su párpado móvil y le conferían las unas veces un aspecto tierno, y las otras también un aspecto amenazador. En ambos casos el efecto era sobrecogedor, y no era atenuado ni una pizca por los lentes de mica rectangular y gruesas orillas negras que llevaba en todo momento sobre las narices. Solía llevar el cabello negro, sedoso y ondulado unos quince centímetros por arriba de la cintura hasta que conoció a la niña. Desde entonces lo había recortado hasta que solo le llegaba a los hombros.
La doble curva de sus labios solía resultar irresistible... hasta que adoptaba esa espantosa mueca que gritaba "Problemas".
Uno de los gatos, Sofo, se restregó contra la pierna del inhumano espécimen mientras el ordenador encendía. Traía entre las fauces uno de los miles de avechuchos de su odiosa vecina. Era una vieja desdentada y tan arrugada como un mueble rústico que solía maltratar a sus mininos cuando estos se acercaban a la inmensa jaula que la vieja tenía frente a la puerta del apartamento. Esas aves la tenían contra él... y él las despreciaba con todas sus fuerzas; su horrible trinar le martilleaba en las sienes...
Miró la presa de su gato. Algo que tienen los gatos es que les encanta jugar con su comida; el plumífero seguía retorciéndose. Seguro que la decrépita anciana no llevaba la cuenta de sus infernales secuaces.
Con cuidado sacó aquella masa de plumas de entre las fauces de Sofo. El infernal canario le atestó un mordisco en el índice. Eso facilitaría hacer lo que tenía en mente...

22 jun 2009

Capítulo II: Curando las heridas

18 de septiembre, 1982.
Cumpleaños de Mindy. Era el segundo año que no pasaba su cumpleaños en casa.
Hacía dos años, Mindy había desaparecido sin ninguna explicación, sin que nadie conociera su paradero.
La familia de Paulina estaba devastada. Después de lo ocurrido, Escandra, la madre de Mindy y Paulina había pasado cada vez más tiempo lejos de casa, en alguna oficina de la ciudad de Nueva York. Solo venía esporádicamente a ver a su primogénita de 19 años, quien seguía viviendo en la misma casita de Greenville, en Carolina del Sur.
Esa mañana, Paulina se levantó temprano, como siempre. Preparó el desayuno y lo comió lentamente. Estaba plenamente consciente de la fecha, y cada vez que reparaba en ello regresaban los retortijones en su estómago. No tardó mucho en dejar de comer. Notó que una vez más había dejado el tazón de cereal a medio terminar, y no había tocado la ensalada de frutas; apenas había tocado la taza de café para tomar un par de sorbitos a través de unos labios blancos y apretados fuertemente.
Dos años y medio de separación. Había pasado ya bastante tiempo desde que le habían arrancado la razón de su existencia. No habría manera de superarlo, ella lo sabía. Seguía conservando la esperanza de saber de ella. Saber lo que fuera, incluso las peores noticias, sería mejor que permanecer en la misma ignorancia. Una confesión, una pista, un diminuto cuerpo en descomposición… cualquier cosa sería mejor que no saber.
No había manera de pararlo ya: Nuevamente estaba recordando.

Las preguntas desesperadas.
-Por favor, ¿no la han visto?
-Se ha perdido la muñeca…
-¿Sabe dónde podría estar?
-Tiene el cabello castaño oscuro y unos hermosos ojos color chocolate. Por favor…
-¿Está usted absolutamente seguro de no haberla visto?
Nada.

La búsqueda.
Se la busca por los montes; se la busca por las selvas. Se pregunta en ranchos, puentes y gasolineras.
Se colocan letreros en cada poste y cada barda. Se entregan panfletos con su foto a cada persona que pasa. Se la anuncia en la televisión, el Internet y la radio. Se ha ofrecido pagar lo que sea por ella. Se hace un llamado a los secuestradores de la niña: Se les promete, cielo mar y tierra.
Se ha peinado cada rincón del país.
Nada.

La espera.
Han pasado doce horas. Nadie la ha visto. Nadie recuerda. Todos la conocen, pero nadie parece saber su paradero.
Han pasado tres semanas. No hay contacto de ninguna índole. La policía no tiene pistas, no hay videos en ninguna cámara de seguridad del territorio de los Estados Unidos.
Han pasado dos meses de angustia y alerta. A diario va la familia a reconocer niños en la morgue de todos los hospitales. Nunca es Mindy.
Seis meses de tortura. No nos han pedido nada. ¡A ver, ¿qué esperan?!
El teléfono no suena… tampoco la puerta…

El mundo da a la hermosa niña por muerta.

No lo toleró más. Tomó su impermeable y salió rumbo al colegio.
No fue sino otro día monótono. La ciencia ya no le interesaba como antes. No había ya nada que el mundo le pudiera ofrecer. Cuando se pierde la razón de tu existencia, el universo entero deja de tener sentido.
Llegó a casa de nuevo, y no comió nada. No tenía apetito. Encendió su ordenador y en el tiempo que le tomó arrancarlo, fue a visitar la habitación de Mindy.
Era curioso. La mayoría de las veces, cuando un niño ha desaparecido o muerto, su habitación permanece inalterada, como un santuario por el que no pasan los años, congelado para siempre jamás. Esta no.
La pintura estaba brillante, no tendría más de seis meses. No había una sola partícula de polvo, ni tampoco telarañas. La habitación en sí ya no parecía la de una niña de once años. Era claro el paso hacia la adolescencia: En lugar de las mantas con princesas había unas con un estampado de franjas color lila y morado, y las paredes lucían cromos de artistas pop en lugar de los coloridos personajes de Plaza Sésamo.
El ordenador debería de estar listo ya. Paulina abrió las ventanas para que entrara un poco de luz solar y se ventilara, y al salir dejó abierta la puerta también.
Un nuevo correo electrónico. Le habían escrito de algún programa amarillista para que concediera una entrevista acerca de lo que había ocurrido. Ella solo lo hacía por una razón: Después de tanto tiempo, alguien podría revelarle algún dato que la llevara a dar con el paradero de Mindy.
Otro correo. De un… ¿nuevo compañero de clase? Qué curioso… no lo había notado. Bueno, eso no tenía nada de particular; casi no se percataba de nada en estos días. Sin embargo, hacía mucho tiempo que no tenía contacto con lo que venía a ser el “mundo exterior”, y un tiempo después también el mundo exterior dejó de tener contacto conmigo. ¿Por qué demonios le darían mi dirección de correo? Tal vez una broma…
Mmm… no, no parecía broma. El mensaje parecía de una persona que sabía lo que estaba haciendo. La había llamado por su sobrenombre, no por su nombre de pila. Rezaba así:

Hola, Polly,
Te ruego me disculpes: Soy nuevo en el Instituto y me han referido a ti. Tengo un documento que podría ser de tu interés. Conozco tu historial. Sé que fuiste estudiante de Derecho, y que te interesas en criminología y ciencias… y sé que dejaste todo eso. Yo sé qué es lo que te tiene atrapada, siempre en movimiento… siempre incompleta. Yo sé qué es lo que te tiene despierta cada noche, sobre todo en noches como esta. Yo sé lo que te atormenta, porque yo lo escribí…

12 jun 2009

El Escritor

Capítulo I: Perdida

Paulina seguía mirando los vestidos.

¡Eran tan vaporosos, tan coloridos! Sabía perfectamente que Mindy ya era mayor para usarlos, y pensar en ello le inspiró un profundo suspiro. De todos modos, a Mindy le fastidiaba llevarlos. No podía jugar ni arrastrarse ni correr. Jamás había sabido estarse quieta. Era simplemente una niña normal que gustaba de divertirse. Paulina, por otro lado, no había vivido rodeada de tantos niños como su hermana a lo largo de su infancia; ella era tan propia como una muñequita de porcelana. En su casa, había sido siempre el juguetito de todos los adultos. Desde muy tierna edad se había cultivado su intelecto. Su familia había sido un ejemplo muy admirable y también muy estricto, pero no cabía duda de que siempre había sido amada… Salvo por su madre, quien jamás la perdonaría por haber llegado a su vida.
Un nuevo suspiro.
Paulina miró a su alrededor. El señor Khröler, el viejo propietario de la tienda, la observaba con atención. Lo conocía desde niña, desde que ella misma había modelado sus creaciones. Siempre había sido muy cálido con ella. Hoy, sin embargo, no le sonrió; su gesto era más bien de molestia, con un dejo de… ¿piedad? Curioso. Estaba a punto de volver a mirarlo para corroborar su suposición cuando algo más en su campo de visión captó su atención, y un instinto más poderoso que cualquier otro impulso detectó que algo andaba terriblemente mal.
Dos cosas sucedieron en ese momento. Dos cosas que desatarían un infierno, la más horrible de las pesadillas.
Primera, Paulina vislumbró a su madre, Escandra, lejos de donde la había dejado por última vez, vigilando a su hermana menor. Su rostro reflejaba una sonrisa socarrona y torcida, como la que esbozaba cada vez que sorprendía a la joven Paulina en medio de alguna tontería.
Segunda, el pequeño asiento en la librería de niños que Mindy solía ocupar junto a la ventana estaba vacío.
Presa del pánico y con todos sus sentidos en alerta, Paulina se dirigió hacia el acogedor local. Sintió helarse sus entrañas cuando cayó en la cuenta de que en verdad Mindy no estaba por ningún lado.
La señora Cope, la dueña, la miró con dulzura y con una expresión de lástima en sus grandes ojos verdes como lama. En su ira, a Paulette le pareció solo una vieja estúpida. La saludó al llegar a su lado.
-Polly, querida, que sorpresa verte por aquí…- comenzó la cuarentona, pero Paulina estaba ocupada para estas tonterías.
-¿Dónde está?- demandó casi gritando. -¿Dónde está Mindy?
En el rostro de la señora Cope se dibujó una expresión de verdadero dolor. –Polly, sabes que Mindy no está. No hay nada que puedas hacer ya-.
Paulina no reaccionó. Estaba aturdida. Volvía la cabeza en todas direcciones, buscando a la pequeña de once años. Seguramente alguien debió verla. Se abrió paso por las mesitas, escapando grácilmente a los dedos de la librera y mirando a cada niña a la cara hasta estar completamente segura que no era Mindy. Recorrió toda la tienda. Cuando la horrible verdad fue evidente, echó a correr por toda la plaza comercial, buscando. No tardó mucho en comenzar a gritar su nombre.
Algo le tapó nariz y boca. Tenía un aroma dulzón que le quemaba la nariz y la garganta. No podía respirar nada más. En ese infinitesimal segundo, una trivialidad cruzó por su mente: Doce años de estudio de las artes marciales al carajo…

30 abr 2009

30 de Abril: ¡¡¡Saca al niño que llevas dentro!!!

Es verdad: Lo peor que puede ocurrirnos es dejar morir a ese niño interno que nos recuerda lo que es la verdadera felicidad. Esa risa que hacía que te doliera la panza; esa manera tan pura de amar como si jamás te hubieran lastimado. Una época sin hipocresías, sin heridas que no tardaran en sanar más que del salón a la parada del autobús. Esas amistades salidas de la nada, creadas de un momento a otro y que parecían durar por siempre. Las tonterías, las travesuras, las locuras, las invenciones. ¿Recuerdas la vez que comiste pasto? ¿Cuando besaste a un perro -porque ese fue tu verdadero primer beso-? ¿O cuando dejaste que un caracol se paseara por todo tu brazo? Ah! Y la vez que te vestiste de abejita. Ahhhh, no falla.

Ahora ni de loca harías algo de eso, ¿verdad? Y antes era tan sencillo... tan divertido... tan natural. Ahora te pones tu traje negro de seriedad andante y con desdén dices que son "cosas de niños". Te olvidas de fantasías, y de cuando solías volar...

Ya no preguntas de dónde ha salido todo. Ya no te sorprende la respuesta. Lo simple pierde valor; es lo complicado lo que de verdad importa. Ahora has crecido. Ya no pides una malteada de chocolate en el restaurante, y mucho menos se la pones a tu plato de cereal. ¿Qué dirían de tí si en una junta de trabajo se te ocurriera pedir un vaso de leche con cocolate? Y ¡ay de tí si te cachan durmiendo con un peluche!

Hoy es un día para botar todo eso. Es más: ¡Todos los días son para botar todo eso al qué carambas! ¿Qué tiene de malo? ¡Adelante, se ha dicho! Volvamos a aprender la felicidad del niño que llevamos dentro.

27 feb 2009

Déja vu: Retorno de mi futuro muerto

Cuando descendí al segundo círculo, lo primero que escuché fueron lamentos, y se me figuró como el límite de la hipocresía humana. ¡Caray!, me dije a mí misma. Estamos aquí por una razón. No vivimos como debíamos serlo porque así lo decidimos. Si de verdad lamentáramos nuestros pecados los habríamos evitado o por lo menos nos habríamos redimido. No lo hicimos. Y ahora resulta que mucho nos importa y mucho nos duele. Sí, claro… El desdén macaba mi auto-acusación. Y después recordé… ¡Somos una condenada bola de humanos! Pero claro que nadie lo iba a “analizar objetivamente”, sobre todo si un algo ajeno los flagelaba. Tenía que ser.
Oh sí. Procederé. Bueno, pues había leído a Dante, a su viaje al Infierno, y todo lo demás. Dios, si de verdad hubiera estado aquí… o tal vez… Bueno, cosa rara, complicada, y por el momento irrelevante. Lo meditaré más adelante, mientras pago mi condena de más o menos toda la eternidad.
¿Por qué estoy tan campante a la mitad del Infierno? Porque yo sé la verdad. O por lo menos mi verdad. Estoy aquí porque así lo decidí, y Dios me permitió decidirlo. No me hizo como soy, pero me puso en las circunstancias que me formaron como he sido toda mi vida, lo cual viene siendo lo mismo, pero con un grado más alto de libre arbitrio. O sea, pues, que he vivido conforme a mi antojo la vida que a Dios se le antojó que yo tuviera. Y me gustó. Viviría de nuevo mi vida justo como lo hice la primera vez, y lo hago cada vez que la recuerdo.
Así que, mucho me temo que los horrores de mi pasado que vendrán a atormentarme en estos lares por el pecaminoso placer humano de vivir no me harán sufrir…

4 feb 2009

Ética y Moral: Dos subjetivas con un objetivo

Desde tiempos remotos el hombre ha desempeñado con singular alegría el papel de juez supremo. Es verdad que el juicio constante de actos, actitudes e ideologías forma parte importante, básica e indispensable en la vida cotidiana de nuestros congéneres. Sin embargo, ante todo se debe recordar que cada individuo posee fundamentos, ideas, costumbres y otros elementos integrantes de su psique personal que dividen lo que es “correcto” de lo que no. El litigio universal de los acontecimientos, por ende, es una materia tremendamente complicada que supone el juego de millones de factores y variables, originando casos inigualables, irrepetibles y cada vez más complejos. No es de extrañar, entonces, que el estudio de esta ciencia humana y otras afines sea verdaderamente subjetiva, si partimos inicialmente desde el hecho de que objetivamente hablando, la misma verdad es subjetiva. Incluso la objetividad lo es en cierto modo. No existe una sola persona en el mundo capaz de mirar objetivamente y desde todos los ángulos posibles a un fenómeno -sea este meteorológico, físico o humano- y que pueda con base a esto, y únicamente a esto, presentar un veredicto concluyente y universal en cuanto a la situación a analizar. Conocimientos a priori y a posteriori se conjugan dentro de la realidad de cada individuo para definir la moralidad o inmoralidad -o inclusive el grado de estas últimas- de cada suceso y reacción humana, por lo que fijar límites entre lo que es o no ético o moral resulta más complicado cuanto más se trata de establecer fronteras entre ellos.

El conjunto de estas costumbres, de estos conocimientos intrínsecos, de los hábitos que existen detrás de los hechos humanos es el campo de estudio de la Ética grosso modo. El código que rige a los seres éticos, la moral, es como la Constitución, como la Biblia Sagrada o el Corán. Como el Bailey&Bailey de la Química, el compendio de valores, principios, reglas y normas establecidas por aquellos cuyas mentes fueron lo suficientemente cerradas para considerarse jueces supremos de profesión, y que también fueron suficientemente abiertas como para prever el auge de las malas conductas presentes en la humanidad. Conductas negativas que además de ser evaluadas subjetivamente han sido creadas por la mismísima psique humana colectiva que hoy las condena. ¿Cómo cantar a la par de una música que está mal? ¿Cómo estructurar un teorema si la hipótesis nos ha salido errónea? ¿Cómo intentar erradicar un problema si nuestra conducta diaria, e incluso el intento de su exorcismo, dan pauta para que el dilema surja en primer lugar? Una “mala ética”, o negativa interacción con el código moral, ¿es originado entonces por “una mala relación con el código”, o por la subjetividad del mismo? Y entonces, ¿estamos realmente en condición de juzgar con base en un código mermado, fuera de balance, que no perdona? La agonía de dar respuesta a estas interrogantes ancestrales y eternas la dejo a consideración no solo de expertos en la materia, sino también de aquellos que interactuamos día con día con el código.

Y por último, ¿es aceptable entonces que nuestro código sea inflexible? Si es así, ¿es imperioso que se penalice de igual manera a sus infractores, aún cuando la penalización transgreda las sagradas bases del código? Ejemplos de ello, la Santa Inquisición y la conspiración Nacionalsocialista (Nazi). Y si no lo es, ¿quién regirá el grado de elasticidad y resistencia de las barreras del códice?

¿Cómo reputar, entonces, la moralidad de los comportamientos? ¿Cómo establecer el límite universal entre lo moralmente correcto y lo que no lo es? Además debemos recordar que fuera de las normas que la sociedad acoge, está nuestra propia moral. ¿A cuál debemos responder? Habría que desatender a una. De no ser así, ¿Cómo se llega a un balance entre lo que es y no es moral, lo que es y no es ético, tanto para nosotros como para el mundo?

Si el mundo entero salvo nosotros mismos nos declara inocentes, ¿somos en verdad libres de toda culpa, o seguiremos aprisionados por ella?

25 ene 2009

Dedica solo dos minutos de tu vida para esta lectura...

"Cada día que vivimos es una ocasión especial"

Por lo tanto, dedícale menos tiempo a la limpieza de tu casa. Siéntate en la baranda y admira el paisaje, pero no te fijes si existen hierbas malas en el jardín. Pasa más tiempo en compañía de tu familia y de tus amigos, y menos tiempo trabajando para extraños.
Me he dado cuenta que la vida es un conjunto de experiencias para ser apreciadas y no sobrevividas. Ahora ya no guardo casi nada. Tú, ¿usas tus copas de cristal todos los días y solo para beber agua, o temes que se rompan? ¿Vistes tus mejores ropas solo para ir a hacer compras, si estas con ganas de vestirlas? ¿Sigues guardando el mejor frasco de perfumes para las fiestas, o lo usas siempre que quieres sentir su fragancia? Desaparece las frases "un día..." y "un día de estos..." de tu vocabulario. Haz todo lo que quieras hacer HOY.
¿No te apenaría pensar que no escribiste las cartas que querías, porque la intención de escribirlas era "un día de estos"? ¿No te dejaría aún más triste saber que dejaste de decir a tus hermanos con suficiente frecuencia cuánto los amas a todos? Ahora, procura no retardar, olvidar, o conservar nada más que pueda acrecentar sonrisas, felicidad, y alegrías a tu vida.
Dí para tí mismo, cada día que pasa, que es un día muy especial. Cada día, cada hora, y cada minuto que pasan... son especiales.
Si prefieres decirte a tí mismo "cuando tenga un tiempito..." o "un día de estos...", quizá podría demorar mucho, o inclusive nunca llegar...

De ahora en adelante, da a los otros más de lo que esperan, y haz esto de buena fe. No permitas que un pequeño desliz malogre una gran amistad. Memoriza tu poema favorito, o la música que más te gusta. Di: "yo te amo" solo cuando ese amor sea verdadero. Y si tienes que decir "lo lamento mucho", mira de frente a los ojos de la persona. Si no crees en el amor a primera vista, no es razón para que te burles de los sueños de los otros. Ama profunda y apasionadamente. Tal vez puedas salir herido, pero es la única manera de vivir la vida en su totalidad. Si no estás de acuerdo con alguien, por lo menos muéstrale lealtad. Habla lentamente, pero piensa con rapidez. No ofendas ni juzgues a las personas por lo que has escuchado hablar de estas. Si alguien te hace una pregunta a la cual no quieres responder, sonríe y pregunta, "¿por qué quieres saber?". Recuerda que un gran amor, así como un gran suceso, comporta un gran riesgo, pero que jamás descubrirás si vale la pena o no si lo dejas ir. Relaciónate con gente con quien te agrade conversar, pues un día , cuando estén viejos, la habilidad de conversar será más importante que cualquier otra cosa. Recuerda que el silencio es a veces la mejor respuesta. Lee más libros, mira menos T.V., vive una vida buena y honrada, para que más tarde, cuando no seas tan joven y recuerdes el pasado, puedas gozar tu vida por segunda vez. Una casa feliz es lo que más importa. Haz todo lo que esté a tu alcance para crear un ambiente de armonía. Nunca interrumpas a alguien que te esté demostrando afecto. La mejor relación es aquella donde el amor entre dos personas es mayor que la necesidad que ellas tienen la una por la otra.
Se feliz contigo mismo.

Y que tengas una buena vida...